Mente Saludable

Una ley de la vida

Una ley de la vidaSi tomo más de lo que doy, mi autoestima baja. Si tomo menos de lo que doy, también mi autoestima baja. Cuando recibo algo que no me merezco, mi autoestima baja. Y cuando recibo algo que me he ganado, automáticamente mi autoestima sube. Así de fácil.

Yo te ayudo con tu tarea, tú duérmete. Yo te presto para que le pagues a tu amigo. No llores, yo le explico al vecino que rompiste el vidrio por accidente. No te preocupes, m’hijito, yo entrego la película. Tú ve, yo te cubro con tu papá. Yo te compro el coche…

¡Ah, cómo es ciego el amor de papás! Creemos que al resolver la vida de nuestros hijos ganamos el premio de “El mejor papá” o “La mejor mamá” del planeta y, para colmo, nos sentimos orgullosos.

Ignoramos o no queremos ver que, de esta manera, colaboramos a hacer de nuestro hijo o hija, lo que menos quisiéramos: un/a perfecto/a inútil, un/a sátrapa o un parásito precioso.

Los seres humanos somos muy listos. Desde bebés aprendemos que si lloro, me dan la mamila de inmediato. Que si gateo e intento ponerme de pie para alcanzar algo, mis papás me ayudan y me lo dan. Que si hago un berrinche, consigo la paleta, además de la atención de mis papás. ¿Y sabes qué aprendo? Que yo soy más listo que ellos, que los puedo manipular a mi antojo y que consigo lo que quiera. Además, encuentro una forma muy fácil y cómoda de vivir.

Conforme crezco, mis exigencias (claro) también crecen. Y mis papás son “tan buenos” que siempre me salgo con la mía. Lo aprendo tan rápido y fácil como que dos más dos siempre son cuatro.

A pesar de que en el momento creo sentirme feliz, algo en mí no está bien. Me siento inseguro en muchas cosas. Mi autoestima es cada vez más baja, porque no hice nada para lograr lo que tengo. No me esforcé y sé que no lo merezco. Además no lo valoro, porque nunca supe lo que se necesita para conseguirlo. Siento que si no cuento con la ayuda de alguien, no puedo hacer las cosas. Que soy poco inteligente, poco capaz, o poco hábil; en especial, cuando no estoy con mis papás. Me siento menos.

¿Qué pasaría si ellos no cumplieran mis caprichos? ¿Y si me dejaran fracasar? ¿Si me dieran la oportunidad de hacer las cosas y me motivaran a esforzarme por mí mismo/a? ¿Si tuviera que enfrentar la responsabilidad y consecuencias de mis actos?

Estoy segura/o de que en el momento me enojaría, y haría todo lo posible para que se arrepintieran por no ayudarme. Haría escándalos, les dejaría de hablar. Los chantajearía y daría portazos para tratar de conseguir el camino fácil. Sin embargo, aunque no me agrade, muy en el fondo sé que lo harían por mi bien.

Al ver la firmeza de mis papás y no encontrar otra salida, aprendería a hacer las cosas por mí mismo/a. Eso me proporcionaría cada vez más habilidades en la vida, sin importar con quién me encuentre. Me sentiría muy bien conmigo, importante, competente, responsable; dueño de mí, no víctima del mundo, porque sabría que este es un mejor lugar porque formo parte de él.

Decía Marco Aurelio: a tus hijos, edúcalos o padécelos. Es cierto. Y para construir la autoestima de nuestros hijos, la vida se basa en una ley muy sencilla: la del trueque. Si los papás comprendiéramos esta ley a tiempo, para así formar y no deformar a nuestros hijos con nuestro gran amor, nos ahorraríamos muchos problemas en la vida.

Ley del trueque: el dar y recibir siempre están relacionados. Si tomo más de lo que doy, mi autoestima baja. Si tomo menos de lo que doy, también mi autoestima baja. Cuando recibo algo que no me merezco, mi autoestima baja. Y cuando recibo algo que me he ganado, automáticamente mi autoestima sube. Así de fácil.

Si queremos que nuestros hijos crezcan y se desarrollen con una buena dosis de autoestima para enfrentar el mundo, este Día del Niño recordemos darles mucho amor, hacerles saber que valen y, sobre todo, enseñarles esta sabia ley de la vida.

Fuente: Gaby Vargas

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