Mente Saludable

El dolor crónico no tiene por qué ser una condena perpetua

En la actualidad, el dolor crónico se ha transformado en la principal razón por la que la gente recurre a los médicos. Pero tratarlo puede ser complicado.

Según informes recientes, los canadienses tienen el dudoso honor de ser los mayores consumidores de calmantes narcóticos per cápita del mundo.

El dolor crónico se ha transformado en la principal razón por la que la gente recurre a los médicos. Durante la última década los opioides han sido la droga preferida. Pero esta clase de tratamiento ha producido el indeseable efecto secundario de la adicción, que ha llevado a una creciente crisis sanitaria de muertes por sobredosis de opioides.

Nadie quiere vivir con dolor crónico y es poco probable que alguien quiera ser adicto a los opioides, aun cuando un poderoso calmante parezca haber sido una buena opción en su momento.

Mi amigo Ray encontró una solución al dolor y a la adicción mediante un método puramente espiritual. Había disfrutado de más de cuatro décadas de buena salud cuando de pronto fue trasladado a un hospital para ser operado de urgencia. Tomar medicamentos nunca había sido parte de su régimen de salud; sin embargo, pensó que las intenciones de los compasivos médicos eran sinceras cuando le sugirieron que, al ser dado de alta del hospital, continuara con los calmantes hasta recuperarse por completo. Ese fue el comienzo de su adicción.

Millones de personas que sufren de dolor crónico puede que se pregunten si no existen alternativas para el ciclo de dolor, drogas opioides y potencial adicción. Quizás se sientan como Jeremías en la Biblia cuando preguntó: “¿Por qué fue perpetuo mi dolor, y mi herida desahuciada no admitió curación? ¿Serás para mí como cosa ilusoria, como aguas que no son estables?” (Jeremías 15: 18).

Así como Dios dio a Jeremías una promesa de liberación en respuesta a su lamento, yo encuentro la respuesta a esas preguntas en las obras sanadoras de Jesús. Él nunca aceptó que el dolor o el sufrimiento fueran inevitables o incurables. Desafió las nociones populares de su época, y de la nuestra, respecto a la salud y el bienestar de cada persona.

Hoy en día, ¿pensamos acaso que las curaciones que realizó Jesús de enfermedades crónicas e incurables fueron milagros, fenómenos singulares e imposibles de repetir en nuestra era de investigación biomédica? Sin embargo, ¡él dijo que haríamos obras mayores que las que él hizo! Prometió: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará…” (Juan 14:12).

¿Cómo es esto posible en nuestra época?

Jesús apeló a una ley más elevada que las que se consideraban leyes materiales comúnmente aceptadas respecto a la salud. Apeló a la ley de Dios, que es buena, amorosa y está por siempre activa, en todas las épocas.

Si esto le parece increíble, piense en otras leyes que en una época eran hechos aceptados, tal como la rotación del sol alrededor de la tierra. Galileo desacreditó esta ley, que en realidad era tan solo una creencia. La ciencia continúa realizando nuevos descubrimientos que abren nuestros ojos a posibilidades que siempre estuvieron presentes, pero que no podíamos verlas. El más reciente de esos descubrimientos es el de las ondas gravitacionales, que Einstein predijo hace más de cien años.

Entonces, ¿qué ley gobierna realmente nuestra salud? Mi amigo Ray apeló a la ley más elevada de Dios. Si bien en algunas ocasiones se vio tentado a darse por vencido y vivir con el dolor y las píldoras, sus oraciones fortalecieron su comprensión de que la ley de Dios, que incluye únicamente el bien, lo sustentaba, protegía y podía sanarlo.

En su estudio de la Biblia y del libro que lo acompaña, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, aprendió más acerca de su identidad como hijo de un Dios que es amor (Génesis 1:26, 27). Se dio cuenta de que si Dios definía su identidad, él tenía que ser espiritualmente tan perfecto como Dios.

Al igual que Jesús, que veía al hombre creado por Dios debajo de la superficie de lo que a otros parecía ser una persona con dolor o una enfermedad incurable, Ray decidió que no tenía que creer lo que la mayoría de la gente creía acerca de su condición. Con valor y determinación espiritual, él apeló a la ley superior de Dios para su salud y bienestar. Esta resolución aumentó a medida que Ray continuó con su estudio de la Biblia y su oración durante los siguientes meses, hasta que la adicción desapareció sin dejar efectos secundarios. Recuperó sus fuerzas y su salud.

Fuente: Wendy Margoles

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