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Salud sin importar la dieta, el estilo de vida ni los genes

¿Por qué los residentes de Roseto, en su mayoría inmigrantes italianos, probaron ser más saludables que los habitantes del resto de los Estados Unidos.

Hace 150 años, tras un par de décadas de investigación, pruebas y victorias, una mujer de Nueva Inglaterra –Mary Baker Eddy– descubrió que era posible tener salud sin importar el estilo de vida, la dieta ni los genes.

En 1866 ella tuvo una notable curación que se apartó de estas supuestas ayudas materialistas a la salud, de una forma con la cual los ciudadanos de Roseto, Pennsylvania, menos de un siglo después, podrían haberse sentido identificados.

¿Por qué? Porque durante diez años, de 1955 a 1965, los residentes de Roseto, en su mayoría inmigrantes de Roseto Valfortore, Italia, probaron ser sorprendentemente más saludables que los habitantes del resto de los Estados Unidos. Sin embargo, se probó que su continuo bienestar no podía atribuirse a las comúnmente aceptadas influencias del estilo de vida, la dieta o los genes.

¿Cómo lo probaron? Por medio de científicos que sentían curiosidad por sus notables condiciones saludables. En 1961 se inició un extenso estudio sobre sus vidas. Los resultados de la investigación demostraron que los residentes de una ciudad cercana, Bangor, no mostraban condiciones de salud tan uniformes. Apenas un kilómetro y medio separaban a los residentes de Bangor de la predecible y robusta salud causada por lo que los investigadores llamaban “el Efecto Roseto”.

Una vez que la investigación concluyó que la salud de los residentes de Roseto no se debía ni a su estilo de vida ni a su alimentación, los investigadores tornaron su atención al acervo genético familiar, en busca de evidencias de sus extraordinarias condiciones de salud. Analizaron las vidas de inmigrantes de Roseto Valfortore, Italia, que residían en otras partes de los Estados Unidos, y hallaron que no eran más saludables que el promedio de los estadounidenses. Por lo tanto, eliminaron los “genes” de la lista de causas potenciales.

Luego observaron la procedencia del agua que bebían los ciudadanos de Roseto y la calidad de su atención médica, pero no encontraron nada significativo. El origen del agua de Roseto era el mismo que el de las ciudades cercanas de Nazareth y Bangor. Además, las tres comunidades compartían el mismo hospital.

Finalmente, los investigadores concluyeron que el Efecto Roseto no tenía explicación médica ni física. Ellos y otras personas lo atribuyeron al cuidado que los pobladores se prodigaban entre sí. Los Roseto se visitaban a diario unos a otros. Se detenían a charlar o cocinar unos para otros en sus patios traseros. Los clanes de familias numerosas eran la norma. Habitualmente tres generaciones vivían bajo el mismo techo. Disfrutaban del efecto tranquilizador y unificador de asistir regularmente a la iglesia. Y había 22 asociaciones civiles en una ciudad de menos de dos mil personas.

Lamentablemente, el oasis de vida saludable de los Roseto se desvaneció. Los clanes de familias numerosas dieron lugar a hogares de una sola familia, y el hábito de ayudar a otros dio lugar a vidas absortas en sí mismas. A medida que los vínculos sociales se debilitaban, también lo hacía el Efecto Roseto. Muy pronto, la salud física de los Roseto se asemejó a la del resto de los estadounidenses.

La historia de los Roseto contradice las teorías de que la higiene, la condición física y la alimentación son los factores que en última instancia nos mantienen saludables. Lo mismo hacen las sabias palabras de alguien que, según está registrado en la Biblia, ayudó a muchas personas a obtener y a conservar la salud. Jesús dijo: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?”

Una vez que los investigadores abandonaron el caso Roseto, quedaron muchas preguntas sin responder. ¿Cómo pueden el amor y la consideración sincera de otras personas, y por otras personas, causar diferencias fisiológicas tan mensurables? ¿Se nutren las personas entre sí? ¿O hay algo más detrás? ¿Que impulsó a los Roseto de la década de 1960 a cuidar unos de otros? ¿Cuál fue la fuente de su espíritu comunitario y familiar?

Quizás la respuesta a estas preguntas -la pieza que faltaba del rompecabezas en la historia de los Roseto de la década de 1960- ya había sido descubierta en la década de 1860, cuando Mary Baker Eddy percibió que la salud tenía una causa espiritual. ¿Será que el cuidado afectuoso y el espíritu comunitario de la década de 1960 estaban divinamente animados?

Si es así, el Efecto Roseto podría considerarse el Efecto del Cristo puesto que, como muchas personas están probando hoy en sus vidas, el amor que promueve la salud y sana, tal como el que los residentes de Roseto expresaban y experimentaban, puede hallarse en el Cristo, la bondad, el amor y el poder de Dios activos en los asuntos humanos.

Eddy llamó a su descubrimiento espiritual Ciencia Cristiana debido a que el Cristo está continuamente disponible para satisfacer las necesidades individuales y colectivas. Años antes de la historia de Roseto, al escribir acerca de los amplios efectos del Cristo, Eddy explicó cómo la Ciencia Cristiana borra de nuestro pensamiento la creencia de que estamos meramente hechos de materia y que necesitamos cosas materiales para mantener nuestra salud, y en lugar de ello “nos induce a descansar en Dios, el Amor divino, quien cuida de todas las condiciones que se requieren para el bienestar del hombre”.

“Puesto que el poder divino es lo que cura, ¿por qué tienen los mortales que preocuparse de la química de los alimentos? Dijo Jesús: ‘No os afanéis… sobre lo que habéis de comer’”, agregó.

Nosotros no creamos el amor que prodigamos a otros. Como seres espirituales, creados por Dios, reflejamos el amor ilimitado que tiene su fuente en el Ser divino. El Efecto Roseto del cuidado afectuoso que benefició a los residentes de la ciudad puede experimentarse aún más uniformemente cuando se comprende que la causa del amor y la vida es divina, y comenzamos a expresar cada vez más sabiduría y compasión espirituales.

Fuente: Keith Wommack

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